18 may 2020

Humildad, sentido común y voluntad de cambio, la mejor enseñanza del coronavirus

El COVID-19 ha trastocado nuestra cotidianidad. Centenas de miles de fallecidos, más de cuatro millones de contaminados en casi dos centenas de países, sociedades paralizadas, economías en quiebra, desempleo galopante, sistemas sanitarios colapsados. Estos son los resultados nefastos más visibles de una pandemia inaudita de escala planetaria con la que nadie contaba y para la que nada ni nadie parece haber estado eventualmente preparado.

Muchas voces se han alzado en diferentes partes del mundo para criticar la falta de previsión de los gobiernos y los notorios problemas de coordinación y gestión de la crisis en muchos países. Sin embargo, esa arrogancia tácita y muchas veces desmedida que está en la base de las ineficacias de algunos gobiernos, y que con justicia reprochamos, son las mismas que practicamos cotidianamente en nuestras instituciones.

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Para bien o para mal, sólo el tiempo nos dirá, el coronavirus también ha servido para desvelar y airear las inoperancias escondidas en muchos sectores profesionales. En este post sólo me referiré a la educación superior, que es el medio que conozco mejor y en el que algunas viejas carencias han quedado al descubierto. Repasemos sólo el tema de la educación a distancia, que por obvia decantación ha estado en el centro del debate.

La imposibilidad de continuar con las formaciones de forma presencial, obligó a las universidades a reestructurar abruptamente los programas de estudio para pasar a impartir docencia exclusivamente a través de plataformas virtuales. Los esfuerzos realizados son notables, pero lamentablemente alrededor del 40% de los estudiantes universitarios no han podido acceder a ningún tipo de formación con posterioridad al brote de COVID-19. Son muchas las universidades que han confrontado enormes dificultades para garantizar a sus estudiantes de grado y postgrado el acceso a contenidos formativos. En la base de estas dificultades un sinfín de carencias entre las que se encuentran insuficiencias de tipo infraestructural, falta de cultura en el uso de las tecnologías de la información y las comunicaciones, limitaciones en el acceso a internet y a plataformas efectivas de aprendizaje en línea, insuficiente disponibilidad y adecuación de tecnologías o insuficiencia de contenidos para uso y explotación a través de dispositivos digitales. 

Lo contraproducente de esta situación es que el desarrollo de la educación a distancia en sus diferentes modalidades (e-learning, b-learning, etc) debería ya haber sido adoptado por un gran número de instituciones. ¿Cómo se puede afrontar la enseñanza en la era de las tecnologías de la información con los mismos preceptos que hemos utilizado por épocas? La introducción gradual de nuevos modelos de enseñanza basados en las tecnologías ha sido ampliamente recomendada por expertos y entidades especializadas en educación no sólo por el componente disruptivo inherente a la era digital, sino también porque constituye una plataforma alternativa que complementa la enseñanza presencial y que como valor añadido puede contribuir a los objetivos estratégicos de inclusión y democratización de la enseñanza. Consecuentemente, tendríamos que reconocer que muchas de las insuficiencias que se constatan con la crisis del COVID-19 también son, de alguna forma, resultado de la parálisis que aqueja a muchas instituciones universitarias. 

Es obvio que muchas universidades no pueden permitirse el sueño de una robusta formación en línea para maximizar los beneficios de sus comunidades en la era digital. A ellas les roba el sueño el subsistir en medio de constantes precariedades. Otras, en cambio, con mejores condiciones, continúan ancladas al pasado porque abrazar cambios disruptivos es una especie de tsunami que genera demasiadas resistencias en el interior de las instituciones. La pasividad, la inacción, el siempre se ha hecho así son bastiones de un arcaico status quo que sirven de contención a la asimilación de nuevas ideas y formas de hacer, a la innovación y experimentación en pro de servicios de una mayor y adecuada calidad. Atributos estos que deberían distinguir siempre el ADN de la cultura organizacional universitaria. 
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Esta situación es extrapolable a muchas otras áreas que demandarán en los próximos tiempos bastante atención. Las comunidades universitarias llevan mucho tiempo abogando por la internacionalización en casa, pero pocas instituciones pueden presumir hoy día de disponer de estrategias de internacionalización integrales. Por esta razón, la crisis del coronavirus se ha convertido en una bomba de relojería para la salud de la internacionalización universitaria, que no tiene a corto plazo respuestas viables y efectivas para contrarrestar el impacto devastador que representará la disminución drástica en el número de acciones de movilidad presencial que se prevé para los próximos años en la época post-COVID. 

Una situación análoga es la de la asociación estratégica universidad-empresa. La necesidad de articular respuestas rápidas y eficientes a la pandemia nos ha dejado excelentes ejemplos de colaboración entre la academia y el sector productivo. Sin embargo, lo plausible de estas colaboraciones en condiciones de emergencia no nos debe hacer perder de vista que en situaciones de normalidad la vinculación de la academia con las empresas es deficitaria, esporádica y espontánea. Es muy probable que en nuestra sosegada normalidad muchas de las colaboraciones para responder a los efectos del COVID-19 no hubiesen tenido el más mínimo chance de gestación.

Se nos vienen tiempos difíciles, tiempos de economías en recesión, escasez de recursos, limitaciones financieras. Las universidades sufrirán también los embates de la crisis y la educación superior como la conocemos hoy se encuentra en una verdadera encrucijada. La mejor respuesta para hacer frente a esta crisis deberá venir del talento, el conocimiento y la creatividad. La sociedad contemporánea precisará del compromiso y liderazgo de sus universidades y unidades de investigación para encontrar soluciones para los ingentes problemas y desafíos que nos esperan. Esa respuesta no podrá venir de instituciones rígidas que continúen operando con modelos obsoletos. Se imponen profundas transformaciones a nivel organizacional, se necesitará voluntad política, humildad y sentido común para aprender y desaprender al mismo tiempo, para inocular espíritus más innovadores, ágiles y disruptivos. Es imperativo revolucionar las dinámicas y prácticas profesionales de directivos, académicos, investigadores y administrativos.

La crisis del coronavirus ha dejado evidencias de que un cambio de chip es posible. Esta crisis puede y debe ser el detonante de un proceso de transformación que nos devuelva una educación superior moderna, fresca, dinámica, innovadora y más colaborativa. Ese proceso de supervivencia, readaptación y mejora debe comenzar ahora, tal vez mañana cuando se regrese a la rutina de la normalidad puede que para muchos sea ya demasiado tarde.

1 comentario:

  1. Muy valiente el artículo en un entorno tan tradicional y tan reacio al cambio qeu algunos sufrimos ya que nos gustaría ver, como bien dices, unas institcuiones en la vanguardia de la innovación
    Muchs gracias!!

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