8 dic 2011

El Sur se viste de Norte

Los vientos huracanados amenazan con cambiar el status quo, el desmoronamiento del sistema financiero iniciado a finales del 2008 en Estados Unidos ha devenido en un torbellino que hasta ahora mantiene en jaque permanente a las economías de los principales países industrializados, especialmente las europeas, que viven prisioneras de los mercados y las agencias de calificaciones de riesgo. El paradigma de integración regional simbolizado en la instituciones de la Unión Europea muestra hoy profundas grietas en la estructura de su edificación que han llegado a poner en entredicho la continuidad del bloque que forman 27 estados europeos.

Del otro lado del Atlántico, una América Latina que ha sido reiteradamente víctima fácil del impacto de otras crisis económicas, parece haber aprendido bien las lecciones y no sólo resiste los embates de los mercados, sino que ve como sus economías crecen significativamente y se atreve a construir un bloque integracionista que le permita asumir un rol más importante en la arena internacional. Al menos con ese objetivo estratégico parece haberse creado la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC) el pasado fin de semana en Caracas.

La creación de la CELAC se ha estado ponderando durante los últimos tres años, desde que el entonces presidente brasileño, Luis I. Lula da Silva presentó por primera vez la propuesta de su creación a sus homólogos latinoamericanos como una forma de paliar los efectos de la crisis, justo cuando esta estalló en 2008. Por tanto, es entorno a este objetivo que a nuestro modo de ver se debe encontrar la piedra talismán que ha logrado aunar voluntades y poner de acuerdo a una comunidad de estados que a simple vista resulta ser bastante heterogénea, sobre todo desde el punto de vista político.

En estos días mucho se ha escrito sobre el hecho de que por primera vez se construye en América Latina una organización de marcado carácter regional que no cuenta con la membresía de otros actores internacionales -de los que históricamente la región ha sido bastante dependientes- como es el caso de Estados Unidos en la OEA o España en el contexto iberoamericano. Obviamente, no es casual que este acto de independencia y autonomía se manifieste en estos momentos, el mismo está en consonancia con la pujanza económica y protagonismo político que la región ha comenzado a experimentar en los últimos años.

Para justificar el momento económico por el que atraviesa América Latina basta apuntar que en medio de una crisis económica global sin precedentes, la economía latinoamericana se ha mantenido creciendo de forma estable (4,4 % en 2011 según datos de la CEPAL), que el desempleo que se sitúa en el 7,1% es un punto inferior al existente en 2008 cuando estalló la crisis y que la tasa de crecimiento de sus exportaciones es del 27%, datos macroeconómicos de ensueño para algunas economías europeas en lso tiempos que corren. Consecuentemente, la región apuesta ahora por una mayor integración y cooperación regional que fomente el comercio entre sus economías y consolide un mercado amplio a escala regional. Igualmente, la integración en materia económica y comercial refuerza su capacidad de interlocución con Estados Unidos y la Unión Europea, así como con otros socios comerciales cada vez más importantes para la región como son los países de Asia y el Pacífico, especialmente China, Corea del Sur y la India.

No menos importante a la hora de analizar la capacidad económica de América Latina es la diversidad y riqueza de sus recursos naturales y minerales. Elemento este que fue muy esgrimido por los líderes de América Latina durante el encuentro en Caracas y que parece estar en el centro de la conformación de una estrategia regional que redimensione el rol de Latinoamérica y su capacidad de negociar con otros actores internacionales. En torno a este tema recomendamos la lectura del libro “Recursos naturales y la geopolítica de la integración sudamericana” de la brasileña Monica Bruckmann que expone los entresijos relacionados con el uso y explotación de los recursos minerales y el grado de vulnerabilidad y dependencia de algunas de las principales economías del mundo a un grupo de “recursos minerales estratégicos” que son esenciales para el desarrollo de las industrias de tecnologías de punta y de los cuales las principales reservas se encuentran en América Latina.

Este nuevo escenario de gradual empoderamiento económico ha también catalizado el reclamo de un mayor protagonismo político de dimensión regional que ha sido fomentado por un grupo de países de la región en el que se encuentran posiciones políticas diversas. Tal vez la mejor expresión durante la cumbre fundacional de la CELAC de ese sentimiento de unidad regional por encima de las diferencias políticas fue la insistencia de varios mandatarios en las potencialidades de la región y en la posibilidad de comparecer como una sola voz en foros internacionales como el G-20 en el que América Latina está representada por tres de los países líderes de este proceso integracionista: Brasil, Argentina y México.

No hay dudas de que al menos en el diseño de la primera fase de su travesía integracionista ha primado la búsqueda del equilibrio y el consenso, que deberán ser la brújula de la estabilidad y el progreso de este proceso de integración. El rol organizativo desempeñado por Venezuela para gestar la comunidad, el reconocimiento expreso del liderazgo y protagonismo de Brasil, Argentina y México, la selección cuidadosa de las primeras presidencias y troikas de coordinación en la que se establece un balance en la alternancia de los bloques políticos que conforman la CELAC (Venezuela-Chile-Cuba-Costa Rica) traslucen la voluntad de trabajar de conjunto en función de objetivos comunes, maximizando los beneficios y minimizando las diferencias.

En cualquier caso, la CELAC es todavía incipiente, tiene muchos obstáculos que sortear y deberá probar que no es una organización más que se pierde en la retórica de unidad latinoamericana. El momento es propicio para que se convierta en un instrumento de despegue de la región y propicie la reinserción de sus economías en los mercados internacionales, tejiendo nuevas alianzas a nivel global. Una primera valoración de este esfuerzo integracionista es claramente positiva, si bien en la Declaración y el Plan de Acción de Caracas 2012, que son los principales documentos públicos emanados de la cumbre fundacional y que en principio servirán de base para el trabajo en el próximo año, se constata la ausencia de temas esenciales para el desarrollo de la región como la cooperación en materia de innovación tecnológica y competitividad, gestión del conocimiento, fomento del tejido empresarial y emprendedurismo –sobre todo de tipo tecnológico-, el desarrollo de capital humano y la cooperación en educación superior.

Es de esperar que estos temas y otros como el fomento de empleo productivo entren en la agenda del CELAC durante la presidencia chilena y tengan cobertura al amparo de la pretendida nueva arquitectura financiera regional. Estos son temas impostergables si se quiere avanzar seriamente en un proceso de integración sólido y sostenible. Hay mucho por diseñar e implementar para que gradualmente Latinoamérica deje de ser la región en donde la distribución de la riqueza es más desigual, la región en la que aún el 30% de sus ciudadanos vive en situación de pobreza (177 millones de pobres de los cuales 70 millones se consideran en extrema pobreza de una población total de 577 millones de habitantes).

Aunque ya en estos momentos el comercio entre las economías emergentes del sur constituye el principal motor del crecimiento del comercio mundial, tal vez parezca una gran utopía concebir la idea de que algún día el sur sea una mera referencia geográfica y en términos de desarrollo económico y social ofrezca un panorama que no lo diferencie sustancialmente del norte. Hoy todavía es un sueño, pero no cuesta nada soñar.

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