Los humanos somos adictos a la
comparación. Sólo así puede explicarse la proliferación de tantos rankings que,
en su mayoría, basados en parámetros subjetivos publican periódicamente listas
y tablas de clasificación en las que se atribuye lugares en las más disímiles
áreas de la vida y la actividad profesional. Hay en ellos una pizca de morbo, un
trasfondo seductor de egos que engancha de tal modo que incluso en entornos tan
avezados como el de la educación superior resulta imposible abstraerse del
embrujo de los rankings internacionales.
Desde la publicación en 2003 del
Ranking de Shanghái asistimos a un verdadero torbellino de listas de
clasificación que se han ido erigiendo como una inevitable referencia de
calidad y excelencia de las instituciones y los sistemas nacionales de
educación superior. Ya hoy los rankings universitarios se cuentan por decenas y
no hay dudas de que han llegado para quedarse. En lo personal, reconozco su
utilidad como fuentes de información y herramienta de trabajo pero soy del
criterio que su valor está sobredimensionado y que en dependencia del uso y
lectura que se haga de ellos podrían ser nocivos para las propias universidades
que en ocasiones abocadas en una competencia desenfrenada por escalar
posiciones en los rankings terminan por distanciarse de su esencia y misión
institucional.
Comoquiera que este es un tema
que despierta enorme interés he querido actualizar con este análisis un par de
entradas que publiqué en 2014 en las que abordé con mayor profundidad sobre la
utilidad de los rankings y su uso en beneficio de las estrategias de cada
institución. [Leer: ¿Qué vemos cuando revisamos los rankings internacionales? y ¿Cuáles son las mejores universidades de Iberoamérica según los principales rankings internacionales?]. Para ello, he
compilado y estandarizado los resultados de las instituciones iberoamericanas
que han aparecido en los primeros quinientos puestos en los rankings publicados
entre 2011 y 2016 por Times Higher Education (THE), Quacquarelli Symonds (QS),
la Universidad Jiao Tong de Shanghái (ARWU) y el SCImago Lab (Scim).
Se muestra a continuación un
gráfico en el que aparecen las 30 universidades de Iberoamérica mejor posicionadas
en estos rankings y una tabla que recoge las instituciones que logran incluirse
entre las 10 primeras a nivel iberoamericano en al menos uno de estos cuatro
rankings.
(Hacer clic en el gráfico para aumentar)
Las principales conclusiones que
se pueden derivar de este análisis no difieren sustancialmente de las esbozadas
hace un par de años:
i) La representatividad de
Iberoamérica continúa siendo muy limitada. Las universidades mejor posicionadas
aparecen relegadas a los puestos inferiores en los rankings de nivel mundial.
Solamente la USP (58,9) consigue una puntuación promedio superior a 50, lo que
equivaldría a afirmar que con cierta regularidad consigue ubicarse entre el top
200 de las listas.
ii) Junto a la USP hay un grupo de
instituciones formado por la UB, la UAB y la UAM que regularmente aparecen en
los principales rankings internacionales aunque por lo general lo hacen en
puestos por detrás del 200. Fuera de este grupo, la aparición en los rankings
no ha sido integral ni sistemática, siendo que para la mayor parte de las
instituciones su clasificación se encuentra entre las posiciones del 400 al
500.
iii) La representatividad por países
de Iberoamérica también continúa siendo muy limitada con sólo siete países
logrando colocar al menos una universidad en el pelotón de las 30 mejor
posicionadas. España (14), Brasil (6), Portugal (5), Chile (2), México (1),
Argentina (1) y Colombia (1). La enorme brecha entre los sistemas nacionales de
educación superior resulta aún más evidente si alargásemos la lista a 50
instituciones ya que con la única excepción de la Universidad de Costa Rica, el
resto de las universidades pertenecerían a este mismo segmento de países. En
tal caso, España y Argentina aportarían 5 instituciones más, Colombia aportaría
3, Chile y Portugal lo harían con 2 y además de Costa Rica, Brasil y México
estarían representadas con más una per cápita.
Son muchas las conjeturas que
podrían realizarse sobre este tema. Las opiniones sobre los rankings son cuando
menos variopintas. En cualquier caso, más allá de los sesgos metodológicos y la
subjetividad de criterios e indicadores, resulta obvio que hacer parte de los
rankings refuerza el prestigio y visibilidad internacional de cualquier
institución y es motivo de regocijo para sus comunidades universitarias. No
obstante, conviene no perder la perspectiva. Los rectores y demás directivos
universitarios deben cuidarse del peligro que encierra caer en la tentación por
quedar bien a toda costa en la fotografía de los rankings.
Las universidades iberoamericanas
deben poner el énfasis de su gestión en mejorar la calidad y adecuación de los
programas de estudio, en elevar el nivel de los graduados, en fomentar una
investigación de alto rigor científico, en construir puentes que le permitan
una mejor y mayor contribución en la resolución de los problemas y desafíos de
sus sociedades. El compromiso con el desarrollo de sus países y, por ende, de
la región debe ser el rasgo distintivo de sus instituciones de educación
superior aunque eso no se traduzca necesariamente en un mejor posicionamiento
en los rankings internacionales.
No hay comentarios:
Publicar un comentario